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21 mar 2013

Libertad y límites (entrevista a Rebeca Wild)

Fuente: La Vanguardia

Tengo 67 años. Nací en Alemania y desde hace 45 años vivo en Ecuador, donde en 1977 fundé junto a mi marido un centro escolar alternativo que ha despertado gran interés a escala mundial. Tenemos dos hijos y tres nietos. He publicado ‘Libertad y límites’, con la editorial Herder, que pretende explicar cómo los límites son necesarios para el desarrollo, pero hay que saber aplicarlos. Rebeca Wild

 

-       ¿Por qué tanto niño en las consultas de los psicólogos? ¿No estaremos criando a los niños  para una sociedad en la que se valora más la adaptación que la consideración de los procesos humanos de desarrollo?

-       Posiblemente

¿Tienen que estar agradecidos los hijos de los indios de los Andes porque, en lugar de acompañar a sus padres al campo, pueden acudir a escuelas de cemento para poder repetir lo que un profesor dice de memoria? ¿Se convertirán así en personas perfectamente válidas?

-       No. Los humanos tenemos un proceso biológico de desarrollo y aprendizaje que hay que respetar. Enseñar antes de hora a leer a un niño no es hacerlo más inteligente.

-       ¿Cuál es la alternativa?
No está en la educación sin límites de muchos padres alternativos, y tampoco en la autoritaria, porque nadie se comporta mal cuando se siente bien. Comportarse mal significa no percibir los límites o menospreciarlos.

-       Límites sí, pero... Los límites que incluyen un entorno adecuado a las necesidades del niño le proporcionan seguridad. Sólo en un ambiente en el que los conceptos de libertad y límites son vividos con coherencia, será posible una convivencia armónica.

-       ¿Por qué se portan mal?
Para llamar la atención del adulto y, muy a menudo, para descargarse de toda una serie de actividades (ir al supermercado, aguantar una visita, no tocar eso, no correr, no gritar...) que van contra la naturaleza del desarrollo del niño.

-       A veces te los tienes que llevar de compras.
Lo sé. Pero hay que saber que eso a ellos no les gusta, y pactar. Muchos padres no tienen tiempo suficiente para sus hijos y llenan ese vacío con caprichos que no son necesidades auténticas: regalos, concesiones, dejarles estar levantados de noche hasta tarde o caramelos.
 
-       Los padres tienen que trabajar.
Cuando estás con ellos, has de estar al 100%. ¿Estás realmente presente cuando atiendes sus necesidades físicas (a la hora de la comida, el baño) o estás sólo a medias con los pensamientos en otro lugar?

-       Entiendo.
Estos detalles cotidianos son la base para la autoconfianza del niño. No le dé caramelos, dele atención, interésese por lo que hace el niño sin por ello interrumpirle o dirigirle. Estos momentos de atención en los que el niño no necesita al adulto y ni siquiera ha solicitado su presencia aportan las pruebas más claras de un amor sin condiciones.

-       A los niños no les gusta que sus padres hablen por teléfono.
Interrumpa la conversación, diríjase al niño, establezca un contacto directo con él y dígale que ahora no puede estar por él.

-       ¿Contacto directo?
Sí, agáchese, póngase a su altura, tóquele, mírele a los ojos y háblele...

-       Limites sí, pero con atención.
Exacto, con atención y amor. Si no quiero que mi hijo toque el aparato de música, no me cargo de paciencia hasta estallar en un grito, no discuto ni doy explicaciones eternas. Simplemente me coloco yo como límite físico entre el aparato y él y con palabras firmes le digo que no le permito jugar con ese objeto. En lugar de una prohibición, el niño se ve frente a alguien que no le rechaza sino que se planta con las señales de una ya conocida presencia que le ama entre él y esa cosa que no puede tener.

-       Puede estallar una pataleta.
Los límites siempre son dolorosos, y en especial para niños con un viejo dolor, pero hay que permanecer firme sin anular el sentimiento del niño con explicaciones. Deje al niño que desahogue esos viejos dolores.

-       ¿Demasiadas explicaciones son negativas?
Los niños utilizan todavía todos sus sentidos para establecer contacto con el mundo exterior. Se orientan por nuestra postura, mirada, expresión, olor y sonidos.

-       ¿Limite y presencia?
Sí, no hay que dejar al niño sólo en el difícil momento del límite. Cuando está dolido debe sentirse acompañado, pero en ningún caso intentar explicarle los buenos motivos que nos llevan a establecer ese límite, porque hacer eso es no respetar ese momento de dolor.

-       ¿Si el niño juega con la comida?
Mantenerse firme en el “¡No, con la comida no!”, pero el proceso de desarrollo del niño le exige ese revolver, así que hay que preparar algo en su entorno con lo que el niño pueda remover. Eso se puede aplicar en todas esas actividades en las que los niños quieren participar: si estás cortando zanahorias, dale un cuchillo adecuado, pero sobre todo no le digas cómo debe hacerlo.

-       No hay que ser entrometido.
Nunca te inmiscuyas en sus juegos, dale autonomía y déjale realizarse. 


Montserrat Reyes

24 sept 2011

Etapa de Producción. Fase Anal (18 Meses- 3 Años)


La principal característica de esta etapa es un impulso vital de autonomía. Los padres advertimos claramente el momento en el que empiezan a responder con un “no” a nuestras peticiones. Antes no ocurría, aceptaban de buen grado cualquier situación ofrecida “ahora a comer, ahora te voy a bañar, ahora vamos a la calle”. Y es que el conocimiento y dominio de su cuerpo se ha ampliado de forma significativa: andar, correr, arrojar, patear, subir, bajar, comer sólo, quitarse la ropa….. Esta necesidad de independencia trae consigo un deseo de responder a su voluntad casi inmediatamente; si ésta no es satisfecha cuando ellos lo requieren, vivenciamos las tan temidas pataletas.  Se produce en esta fase un choque de voluntades entre padres e hijos: comenzamos  a poner los primeros límites. 

Todas estas reacciones tan tediosas para los padres son normales y deseables para su sano desarrollo.  Alrededor de los 2 años surgen impulsos de autonomía y diferenciación. A raíz de aquí formarán su primer registro de poder personal  (yo puedo, yo sé, tengo valor). El ser conscientes de esta delicada fase nos ayuda a ser pacientes y amorosos (aunque a veces nos traicione el cansancio y no lo seamos tanto; lo importante es no mantener una actitud de reprobación y crítica constante).  Debemos tener cuidado con etiquetarlos (ahora y siempre) “es un protestón”, “es un llorón”… o hacerlos sentir culpables “me sacas los nervios de quicio”,  “estoy cansada de ti”…

En cuanto a los límites, cabe recordar que todavía tienen una limitada capacidad para asimilar y recordar órdenes; quizás tengamos que repetirle la misma regla varias veces para que pueda integrarla. Los padres debemos practicar una firmeza… amorosa. 

Otra característica de esta etapa tiene que ver con la higiene y aseo personal. Una de las primeras proezas absolutamente personales que los niños realizan es el control urinario y de la expulsión de heces. Y anhelan ser reconocidos por lo que producen y por su capacidad de dominio sobre lo que desean.  Este período sensible exige, también apoyo, comprensión y paciencia. Debe ser un proceso fluido, sin presiones y angustias paternas. Siempre que se garanticen estas premisas, el logro definitivo del control de los esfínteres ocurrirá cuando su sistema neuronal esté maduro para esta habilidad. 

Quizás las madres notemos que nuestro hijo se pega de forma  insistente a nuestras faldas, requiere nuestros brazos más a menudo y le cuesta mucho despegarse. Puede que también observemos algo más de apego a su objeto de transición (chupete, peluche, mantita…), que lo sienten como algo que forma parte de sí mismos  y les da seguridad.  Y es que en su “descubrir el mundo” y desplegar su autonomía surge un  miedo a lo desconocido y a separarse de aquello que conoce y tanto quiere. Así que frases como “tiene mamitis” o “está demasiado pegado” dichas con la intención de expresar que algo va mal están fuera de lugar. Es normal requieran ese apego y no debemos etiquetarlos y hacerlos sentir mal por un impulso innato que poseen y que no pueden ni debieran evitar.  
 

Juegos para la Fase de Producción (F. Anal)

En esta fase nace el arte y la creatividad. Buscan la aceptación y aprobación de sus logros individuales. A partir de los 18 meses surge un deseo de pintar, dibujar.
1.    Colocar papel continuo sobre una pared. Ofrécele ceras para que raye y pinte. Permítele que utilice la mano que quiera. Si le ofreces dos colores puede que dibuje con ambas manos a la vez. Está pintando con el brazo, desde el hombro.
2.    Coloca un papel o cartulinas amplias en el suelo. Permítele que pinte con las ceras. Rayas y garabatos. Está pintando con el antebrazo, desde el codo.
3.    Cuando tenga alrededor de 3 años, puede sentarse en una silla delante de una mesa y colocar un papel sobre ella.  Está pintando con la mano.

Sus fantasías de explorar sus primeros productos (heces y orina) pueden ser sublimadas jugando con agua, arena, barro, plastilina.
1.    Mezcla agua con harina y jugad con la masa.
2.    En la playa puede jugar con arena seca o a hacer castillos mezclando agua con arena.
3.    Plastilina de colores (las hay comestibles).
4.    Con espaguetis cocidos (y fríos): permítele meter las manos en la olla para que amase y meta los dedos entre ellos.
5.    Te puede ayudar a lavar un trapo en un barreño, jugando con la espuma, estrujando el trapo…

Ya que en esta fase ocurren los primeros registros de suciedad-limpieza y sentido estético, podemos concluir los anteriores juegos invitándoles a ayudarnos a recoger y limpiar. 

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Montserrat Reyes

1 mar 2011

A los 18 meses

Mi hijo Leo acaba de cumplir 18 meses. Vengo notando en él algunos cambios en su comportamiento que me tienen confusa. Lo noto muy sensible y quejoso. Llora con facilidad y parece que ni él mismo sabe por qué. Acude de mí con algo en la mano, me lo da y se pone a llorar, y no acierto a saber qué quiere por mucho que pruebe.  Cuando se siente frustrado tira su chupete, aunque él mismo se sorprende de su gesto y me mira como sorprendido.  Los cambios no le gustan mucho, sobre todo si son cosas personales: llora si muevo su sillita mientras limpio el suelo, aunque esté entretenido en otra cosa. Y se pasa el día abrazado a mi pierna o pidiendo mi mano para llevarme a cualquier lugar que desee ir. ¿Serán rasgos que están definiendo su personalidad? ¿Será que todos los niños pasan por una fase parecida? Se dice que ésta es otra etapa de transición: como a los 3 y 6 meses, también al año.

Inma Marín, en su libro “El placer de jugar”, cuenta que el período comprendido entre 1 y 2 años es muy rico en cuanto a transformaciones evolutivas: desarrollo del lenguaje, perfección de habilidades motoras, conciencia del “yo” separado de los demás.  Su comportamiento es más parecido al de un niño de dos años que de uno, por lo que es fácil exigirle demasiado olvidando que se encuentra en una fase de transición crítica.

Según Gessel, en su libro “El niño de 1 a 4 años”, el niño de esta edad es reacio a los cambios de rutina (a los 12 meses es más dócil) debido a su inmadurez, por eso los evita luchando (rabietas).  Esta oposición tiene una función conservadora, no es una agresividad gratuita.  Su psicología exige transiciones graduales y moderadas: no le llegan ni la disciplina severa ni los retos. Su negatividad tiene un significado evolutivo, más que emocional. Prefiera golpear al aire y no al intruso, aunque cuando sea socialmente más maduro seguramente le dará un cachete al intruso.

Es acaparador, parece estar siempre a las faldas de su madre. A los dos años acudirá menos a la madre, pero aún desplegará cierta “resistencia” que constituye un síntoma, completamente normal, de inmadurez. Parece ser que el reconocimiento del “yo” y del “otro” no es tarea fácil a esta edad. A los 18 meses empieza a reclamar lo mío y a distinguir entre tú y yo, aunque de forma muy elemental. Sus conocimientos sociales son inmaduros: egocéntrico (no egoísta) porque en las demás personas no percibe individuos como él mismo.   

Oigo a padres hablar de sus hijos: es un llorón, está enmadrado, es muy dependiente, es un listillo, me monta el pollo en cualquier lugar... Y les ponen una etiqueta al niño que probablemente él acabe creyendo y actuando en consecuencia. Entiendo que muchas de las actitudes y comportamientos de nuestros hijos a estas edades son fruto del proceso evolutivo en el que están. La clave puede estar en confiar en que ese comportamiento que nos molesta, no lo hace para fastidiar o para aprovecharse de nosotros, sino que tiene un porqué y una función (aunque no sepamos cuál). Confiemos en ello y actuemos entonces con respeto y cariño.  

Montserrat Reyes