Tengo 67
años. Nací en Alemania y desde hace 45 años vivo en Ecuador, donde en 1977
fundé junto a mi marido un centro escolar alternativo que ha despertado gran interés
a escala mundial. Tenemos dos hijos y tres nietos. He publicado ‘Libertad y
límites’, con la editorial Herder, que pretende explicar cómo los límites son necesarios
para el desarrollo, pero hay que saber aplicarlos. Rebeca Wild
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¿Por qué tanto
niño en las consultas de los psicólogos? ¿No
estaremos criando a los niños para una sociedad
en la que se valora más la adaptación que la consideración de los procesos
humanos de desarrollo?
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Posiblemente
¿Tienen que estar agradecidos los hijos de los indios de los Andes porque, en lugar de acompañar a sus padres al campo, pueden acudir a escuelas de cemento para poder repetir lo que un profesor dice de memoria? ¿Se convertirán así en personas perfectamente válidas?
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No. Los humanos
tenemos un proceso biológico de desarrollo y aprendizaje que hay que respetar. Enseñar antes de hora a leer a un niño no
es hacerlo más inteligente.
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¿Cuál es la
alternativa?
No está en
la educación sin límites de muchos padres alternativos, y tampoco en la
autoritaria, porque nadie se comporta
mal cuando se siente bien. Comportarse mal significa no percibir los
límites o menospreciarlos.
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Límites sí,
pero... Los límites
que incluyen un entorno adecuado a las necesidades del niño le proporcionan
seguridad. Sólo en un ambiente en el que los conceptos de libertad y límites
son vividos con coherencia, será posible una convivencia armónica.
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¿Por qué se
portan mal?
Para llamar
la atención del adulto y, muy a menudo, para descargarse de toda una serie de
actividades (ir al supermercado, aguantar una visita, no tocar eso, no correr,
no gritar...) que van contra la naturaleza del desarrollo del niño.
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A veces te
los tienes que llevar de compras.
Lo sé. Pero
hay que saber que eso a ellos no les gusta, y pactar. Muchos padres no tienen tiempo suficiente para sus hijos y llenan ese
vacío con caprichos que no son necesidades auténticas: regalos,
concesiones, dejarles estar levantados de noche hasta tarde o caramelos.
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Los padres
tienen que trabajar.
Cuando estás con ellos, has de estar
al 100%. ¿Estás
realmente presente cuando atiendes sus necesidades físicas (a la hora de la
comida, el baño) o estás sólo a medias con los pensamientos en otro lugar?
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Entiendo.
Estos detalles cotidianos son la
base para la autoconfianza del niño. No le dé caramelos, dele atención, interésese por lo
que hace el niño sin por ello interrumpirle o dirigirle. Estos momentos de
atención en los que el niño no necesita al adulto y ni siquiera ha solicitado
su presencia aportan las pruebas más claras de un amor sin condiciones.
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A los niños
no les gusta que sus padres hablen por teléfono.
Interrumpa
la conversación, diríjase al niño, establezca un contacto directo con él y
dígale que ahora no
puede estar por él.
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¿Contacto
directo?
Sí,
agáchese, póngase a su altura, tóquele, mírele a los ojos y háblele...
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Limites sí, pero con atención.
Exacto, con
atención y amor. Si no quiero que mi hijo toque el aparato de música, no me
cargo de paciencia hasta estallar en un grito, no discuto ni doy explicaciones
eternas. Simplemente me coloco yo como límite físico entre el aparato y él y con
palabras firmes le digo que no le permito
jugar con ese objeto. En lugar de una prohibición, el niño se ve frente a
alguien que no le rechaza sino que se planta con las señales de una ya conocida
presencia que le ama entre él y esa cosa que no puede tener.
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Puede
estallar una pataleta.
Los límites
siempre son dolorosos, y en especial para niños con un viejo dolor, pero hay
que permanecer firme sin anular el
sentimiento del niño con explicaciones. Deje al niño que desahogue esos viejos dolores.
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¿Demasiadas
explicaciones son negativas?
Los niños
utilizan todavía todos sus sentidos para establecer contacto con el mundo
exterior. Se orientan por nuestra postura, mirada, expresión, olor y sonidos.
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¿Limite y
presencia?
Sí, no hay que dejar al niño sólo en el
difícil momento del límite. Cuando está dolido debe sentirse acompañado, pero en ningún caso intentar explicarle los buenos motivos que nos llevan a establecer ese límite, porque hacer eso es no respetar ese momento de dolor.
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¿Si el niño
juega con la comida?
Mantenerse
firme en el “¡No, con la comida no!”, pero el proceso de desarrollo del niño le
exige ese revolver, así que hay que preparar algo en su entorno con lo que el
niño pueda remover. Eso se puede aplicar en todas esas actividades en las que los
niños quieren participar: si estás cortando
zanahorias, dale un cuchillo adecuado, pero sobre todo no le digas cómo debe hacerlo.
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No hay que
ser entrometido.
Nunca te inmiscuyas en sus juegos, dale
autonomía y déjale realizarse.
Montserrat Reyes