Independientemente
de los consejos recibidos sobre cómo actuar con nuestro recién nacido, las
mamás tenemos claro algunos conceptos aún de forma básica: comida, sueño, confort y mimos (ser sostenidos, acurrucados,
besados…) son los aspectos que un bebé necesita para desarrollarse de forma
equilibrada. Sobre cómo hay que responder ante ellos ya iremos aprendiéndolo a
medida que ejercemos nuestra tarea de ser madre, a través de ir conociendo con
los días y las semanas cómo nuestro bebé manifiesta sus necesidades y como
responde ante nuestros cuidados.
Si sólo uno de
estas cuatro áreas falla, el desarrollo óptimo de nuestro hijo se ve afectado.
Aunque, mirado de otro modo, uno de ellos garantiza la consecución de todos los
demás: el amor que sentimos por nuestro
hijo. El vínculo amoroso que se establece
entre el bebé y su madre hace que ella responda de forma certera a sus
necesidades. Algunos científicos afirman (Kennel y Klaus, 1976) que momentos
después del nacimiento se establece una simbiosis amorosa entre la madre y bebé,
por eso lucharon por cambiar las costumbres obstétricas hospitalarias de
separarlos después del parto. Los bebés humanos son muy dependientes de sus
cuidadores porque nacen “antes de tiempo” debido al estrechamiento de las
caderas de nuestros antepasados, al adoptar la postura erguida hace varios millones de años. La naturaleza garantiza
que esta extrema dependencia sea cubierta por sus progenitores a través del vínculo
creado con ellos desde el principio. ¿Qué dicen los teóricos sobre esta
relación emocional que la mayoría de los padres consideran como la más fuerte
de sus vidas?
El psiquiatra
inglés J. Bowlby sostenía que la primera relación que
establecemos en nuestra vida (con nuestra madre, o cualquier otra figura
maternante) determina nuestro desarrollo. Una separación traumática del bebé
con su cuidador, o una crianza poco adecuada a las necesidades del bebé podrían
ser causa de futuros problemas relacionares y de comportamiento. Su teoría no
fue bien recibida entre la comunidad psiquiátrica de mediados del siglo pasado,
pero otros dos teóricos vinieron a apoyar su tesis. René Spitz (1947) mostró la tristeza y la soledad de los niños en
orfanatos. Sus cuidadores garantizaban el buen desarrollo de sus funciones
biológicas, sin poner atención en sus necesidades emocionales. Los niños respondían
con estrés, pasividad y mostraban signos de depresión. Se instauró en ellos la certeza de que no
podían influir en su destino y que no eran merecedores de amor. Muchos de ellos
crecieron con problemas mentales y otros murieron. Harry Harlow (1958) estudió el vínculo materno-filial entre los
monos Rhesus. En su investigación los bebés mono eran separados de sus madres.
En sus jaulas había dos mamás mono, una fabricada con alambre de la que se
podía obtener leche de sus pechos, y otra fabricada de pelo de la que no se
obtenía alimento. Se observó que los bebés hambrientos obtenían leche de la gorila
que lo proveía, pero que una vez satisfechos se acurrucaban con la gorila de
pelo. Esto vino a desmontar la creencia de que el vínculo emocional entre madre
e hijo se establecía simplemente con la lactancia. Demostró que los bebés, más
allá de su alimento, necesitan contacto. Posteriores estudios demostraron que
los bebés mono separados de sus padres tenían problemas en su relación con
otros compañeros y poca capacidad para criar a sus hijos.
Si bien está
plenamente aceptado que la calidad de los cuidados físicos y, principalmente
emocionales que el niño recibe durante su infancia va a influir en la
globalidad de su desarrollo (su autoestima, su forma de enfrentar las
dificultades, sus miedos, sus relaciones con los demás...), no se sabe todavía hasta
qué punto las futuras vivencias y
relaciones personales afectan o modifican estas experiencias base.
Algunos teóricos del desarrollo humano nos alertan de que poner todo el peso en
la vida familiar de los primeros años a la hora de explicar problemas de desarrollo,
aprendizaje o conductuales puede hacer
que los padres de hoy en día vivamos demasiado estresados. Cuántas madres
sufren porque su parto no fue natural, porque no consiguieron dar lactancia
materna a sus hijos, porque sus bebés
nacieron prematuros y no pudieron estar en sus brazos desde el principio…
El pediatra
americano T. Berry Brazelton siempre puso especial interés en
ayudar a los padres a sentirse competentes como tales. Entendía lo difícil que
podía ser para los ellos compaginar su vida laboral y su función paternal. A
propósito del vínculo entre madre y bebé que, según Kennel y Klaus, se crea
justo después del parto, siendo por tanto éste un momento crítico que no se
puede perder, Brazelton comentaba: por supuesto que es una respuesta instintiva,
pero no tiene por qué ocurrir de un día para otro; es algo que se va creando y
fortaleciendo con el contacto diario. El pediatra inglés D. Winnicott pensaba que las familias recibían escaso apoyo en la
difícil tarea de ser padres. Sí recibían exposiciones sobre cómo hacer las
cosas con sus hijos, pero él creía que eso no les empoderaba. Alertaba a las
enfermeras y pediatras sobre los peligros de dar a las madres “reglas” sobre
cómo responder ante las necesidades de sus pequeños. Sólo con apoyarlas,
escucharlas y hacerlas sentir capaces podían conseguir mejores cuidados para
los niños que dando recetas universales. La madre “suficientemente buena”
(concepto creado por Winnicott) es la que es capaz de responder con amor a los
requerimientos de su hijo, la que disfruta de su maternidad.
Montserrat Reyes
Fotos: pinterest
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